21.2.12

Niño rojo

Si bien el martes era feriado, yo trabajaba. Y no sólo eso, sino que tenía día de cierre en la revista y más trabajo de lo habitual por la ausencia del otro editor, de vacaciones. Responsabilidad, así que qué iba a hacer el lunes a la madrugada. ¿Dormir? No. Margaritas de por medio me fui al lado B de Niceto. Y ahí estaba, tipo dos de la mañana, sentada en cuclillas como el resto del público y el mismo Adanowsky. Todos agachados, entregados al ritual que impuso el caballero medio galo, medio chilango. Y yo pensé: "Qué suerte que vinimos a verlo". Porque nos despojamos de prejuicios, angustias, poses y todo tipo de malestar y saltamos a la cuenta de tres para bailar frenéticamente, y el exorcismo resultó efectivo.
Ahí estaba Adanowsky, besando al público, bailando entre el público, luciéndose cual divo, hablando de amor. Y todo hecho desde una postura tan simpática, seria, poco seria, rockera, popera, genuina y equilibrada, que resultaba imposible no quererlo. Me da mucho gusto encontrar gente así, que te hace sentir "este tipo entendió todo". Adanowsky está parado en el si/no, y se ríe de sí mismo e irradia humor y belleza de una manera fascinante. El 6 de abril vuelve a Buenos Aires, así que les recomiendo empiecen a escuchar sus discos para llegar al otoño inmersos en la magia que propone. Porque el círculo Adanowsky se completa viéndolo en vivo, me di cuenta tras meses de escucharlo.


Inmensidad, la luz es hoy.
Eternidad, nada se va.
Todo es amor, somos un sol con corazón.

No hay comentarios:

Publicar un comentario