Y ahora escucho al río suave acariciando la orilla

Tengo mi pequeño altar. Tiene una estatua de Buda, una cabeza de jaguar de los huicholes con cientos de mostacillas en tonos verdes, el I Ching con sus respectivas monedas, el amuleto que me trajo Su de la fiesta de Las Alasitas de la comunidad boliviana, unas velas, una calaverita. Tengo una tetera de hebras blancas recién hechas, un sahumerio encendido y música de Kaada sonando. Tengo un proyecto de sopa enfriándose para poder procesarla y unas calabazas en la vaporera de bambú. Tengo unas hojas por leer y unas horas para dormir para que mi espíritu pueda volar por ahí. Tengo que madrugar mucho para ir a los talleres y tengo muchas notas que editar mañana.
Estos días he comido verduras, miso, almendras, semillas, arándanos. Hoy medité y recibí mi iniciación de reiki. Levanto templos abstractos en cualquier lado cada vez más seguido e improviso rituales todos los días;  eso implica, desde desearle cosas lindas a las plantas mientras las riego hasta bailar en el ascensor los once pisos que tardo en subir a mi casa.
Hoy me regalaron una hoja que dice: "El espíritu noble del bambú mira siempre hacia adelante. Como el tiempo que jamás regresa, su crecimiento nunca se detiene ni retrocede". Es del tao de la música. Hoy edité una nota sobre arte en Kioto y descubrí que cualquier cosa, el manga, la cerámica, la xilografía, el ikebana, los tejidos, están plasmados de esa búsqueda de falta de perfección zen que va de la mano con la importancia del vacío.
En la heladera tengo una pizarrita con una frase escrita que copié de un libro de Suzuki: "toda una vida dedicada a almacenar nieve en un pozo con agua". Qué belleza ver cómo se deshace y volver a construir. A la última nota que escribí -una entrevista a una artista plástica- la titulé El arte de persistir.