11.12.12

Por la Riviera Nayarit

Algunas imágenes: Veo un contorno que se mueve pero es casi transparente o del mismo color que la arena, lo mismo da. Es tan rápido que me cuesta perseguirlo y darme cuenta de que es, nada más y nada menos, un cangrejo bebé. Camino sola en una playa mexicana absolutamente desierta, voy por la orilla para sentir el agua caliente en los pies y, como siempre que ando por el mar viendo las olas ir y venir, me alegro de haberme hecho hace años el tatuaje que dice La espuma de los días. Recuerdo una canción del álbum nuevo de Café Tacvba que se llama Los Zopilotes (hace unos días, por la letra entendí que se trataba de una especie de ave carroñera pero jamás la había oído nombrar, googleé el término y leí que es como un cóndor). Sigo playa arriba y uno, dos, tres, cuatro, cinco aves se alimentan en la arena de un cadáver de quién sabe qué. Ahí los tenés, pienso a poco de enterarte de su existencia conociste a los zopilotes sagrados. Me siento afortunada. La arena en los pies se siente cada vez más húmeda y pantanosa, hundo con placer mis extremidades hasta llegar a un estero en medio de la playa. Raro, me digo. Miro a un costado y leo dos carteles: uno dice "área protegida"; el otro, "zona de cocodrilos".
Recorro Sayulita a pie con una libreta de periodista en mano, atenta, observando. Me cruzo surfers, canadienses, mexicanos, estadounidenses, perros playeros cuya nacionalidad presiento pero no puedo asegurar. Yo busco con la vista a mi amigo Goyeneche pero nunca aparece. Entro a un negocio que me llama la atención por su buen gusto en diseño. Converso con el francés que atiende y resulta ser tanto el dueño como el diseñador. Vende bolsas con la imagen de Emiliano Zapata con gafas modernas, Zapata con un ramo de flores, Zapata en bicicleta ligado a consignas de los Beatles como all you need is love. Dice el francés, que se llama Nico, que se quedó en Sayulita porque en México se la pasa más chido que en París. Me regala una bolsa. Su local se llama Revolución del sueño.
Camino por Bucerías, paso debajo del arco del Paseo del Beso. Converso con Arturo, un artesano flaquito y de ojos miel claros y oscuros al mismo tiempo. Pienso que de joven debe haber sido muy lindo; lo es ahora también. Habla con un acento exactamente igual al de Tiro Loco McGraw. Hace esculturas en madera, me cuenta cuáles son sus maderas favoritas y sus procesos de trabajo. Pasa un turista a buscar una pieza y Arturo no le quiere cobrar. El turista entra y le deja apoyada plata sobre un estante. "Para comer se necesita dinero", le dice el cliente y se va. Arturo sonríe. Sigo camino junto a Guillermo, es muy buena compañía. Nos acercamos a la plaza principal, blanca y roja, llena de papel picado. Los indios huicholes venden allí sus artesanías. Luis tiene un morral tejido precioso con el dibujo de dos aves. Quiero comprarle todo. Le hago preguntas sobre el significado de todo. De los dibujos de cada objeto, las veladoras, los coyotes, las cabezas de jaguar, las puntas de flecha, el maíz, el peyote, el sol, la serpiente. No puedo creer el dominio de los colores que tienen. Hacen diseños en unas mostacillas que llaman chaquiras sobre figuras de madera o caracoles. Los cubren de cera y sobre esas superficies realizan dibujos inreíbles sin siquiera hacer un boceto. Luis me cuenta que ya tuvo cargo tres veces en las ceremonias huicholes; fue elegido por los chamanes para participar de las fiestas sagradas. Le pregunto a qué edad tomó peyote por primera vez y me cuenta que a los diez años. Me dice que vio cómo en una televisión absolutamente todo. Lo que le pasaba a él, lo que pasa arriba en el cielo, lo que pasa debajo de la tierra y lo que pasa a los costados.

2 comentarios:

  1. Tu relato me hizo acordarme de cuando hablaba con unos amigos de lo chido que sería que no existieran las fronteras, que fuéramos un país gigante donde pudiéramos viajar y residir en donde quisiéramos.

    ResponderEliminar
  2. él vio el orden invisible, y vos lo estás contando. Gracias Ceci.

    ResponderEliminar